viernes, 3 de enero de 2020

EL FENOMENO DEL CAFÉ FILOSOFICO

Por: Oscar Brenifier.
Es impulsor de la practica filosófica desde París, Francia.
Un fenómeno extraño aparecido en Francia desde hace algunos años: el café filosófico. Hay ya mas de ciento cincuenta lugares de ese tipo, adonde personas de todas edades y condiciones, se juntan para debatir de la existencia, del amor y de la muerte, del deseo y del lenguaje, del poder y del modernismo. ¿Moda pasajera o verdadera búsqueda (¿o buscada?) de algo más?. La respuesta no es fácil, pero lo más interesante de toda esta historia es el comportamiento de la mayoría de los filósofos patentados, escritores o profesores, de cada a esta pila que agita la vida intelectual francesa. Sus reacciones expresan generalmente una falta absoluta de entusiasmo: una sonrisa socarrona o un silencio desdeñoso, en el peor de los casos; formulas de cortesía, en el mejor de ellos. Todas estas reacciones sin embargo, no han logrado enfriar el ardor de esos filósofos aficionados, y nuevos lugares de debates siguen apareciendo aquí o allá, en las ciudades y en el campo, en París y en la provincia.
¿En que consiste un café filosófico? Según los lugares, entre diez y doscientas personas se reúnen en un café, una biblioteca o una sala comunal y discuten, bajo la dirección de un animador encargado -a menudo de la propia iniciativa- de asegurar el buen funcionamiento de la operación. Los principios de funcionamiento son fáciles. Se trata primero de escoger un tema, propuesto por el animador o por los participantes, dejando luego exponer su opinión sobre el sujeto a todos aquellos que desean hacerlo. Regla de oro: es totalmente prohibido interrumpir al que habla; cada quien tiene que esperar su turno levantando la mano. Solo el animador puede permitirse, con el fin de reorientar un discurso que se pierde, pedir aclaramientos, limitar las prolijidades excesivas, interpelar al "conferenciante" del momento. Imposible interrumpirlo a causa del contenido de su propósito, o para contradecirlo, puesto que la presuposición básica, el "contrato" inicial, es de aceptar de escuchar la palabra que molesta, sobre todo sí ella molesta. Cuando le toque su turno cada quien podrá dar una versión diferente del problema o criticar lo que se ha dicho antes. La idea no es, sin embargo, de lanzar polémicas, aunque esto no esté, de ninguna forma, prohibido. El espíritu de esta empresa es, en cierto modo, de lograr un "pensar juntos". Tampoco se pretende llegar a un consenso o a cualquier resultado específico. Este momento se dedicará a la pluralidad y al desmoronamiento de perspectivas. (o la hora de la pluralidad y del desmoronamiento de perspectivas ha llegado?). Se trata de crear un no-man?s land de opiniones adonde se confrontarán los puntos de vista mas disparatados. El único objetivo de este tipo de debate: salir, a medida que interviene cada uno, de las opiniones comunes y corrientes, dejando surgir ideas originales que iluminarán de un punto de vista inhabitual, el tema a tratar.
¿Los cafés filosóficos son realmente filosóficos? Preguntarán los puristas. ¿No estarán esos filósofos aficionados usurpando un adjetivo sobre el cual pesa una gran exigencia? La pregunta merita una respuesta aunque las razones que suscitan ese cuestionamiento sean algo sospechosas. Sea lo que sea, todo el interés del debate suscitado interrogándonos sobre la naturaleza misma de la filosofía, es de permitirle a esta señora anciana de reanudar con la ciudad, plazandola otra vez en el centro de la vida pública del cual había sido lentamente excluida encontrándose poco a poco limitada a las aulas y al estatuto descarnado y árido de materia a estudiar para pasar el examen de fin de año.
Los enemigos del café filosófico dan los argumentos siguientes: "Hay lugares hechos para filosofar" (las aulas de clase); "no se puede confundir descartes con la limonada"; "la filosofía es una actividad que necesita la concentración y el recogimiento que solo se encuentran en la solitud"; "no se puede filosofar si no se conocen los autores consagrados"; " La filosofía se reduce al aprendizaje y a la lectura de los grandes textos"; "la filosofía es la creación de conceptos". Un filósofo de moda ira hasta afirmar que la prueba que ese movimiento no es filosófico, no es que la búsqueda de sentido que parece animar a sus aficionados no es la prerrogativa de la filosofía sino exclusivamente la religión. Como de costumbre en nuestro país, adonde adoramos las guerras de escuelas de pensar y los pleitos parroquiales, una reacción bastante populista surgió inmediatamente de los cafés filosóficos que resumimos aquí en los propósitos un poco caricaturales siguientes: "somos los únicos verdaderos filósofos, los otros son ratas de bibliotecas"; "No se necesita haber leído a Kant o a Hegel para filosofar"; "lo que importa es la sinceridad del pensamiento personal"; "basta pensar para filosofar".
¿Antes de resolver el problema de fondo, preguntémonos cuál es la causa de este frenesí filosófico?. Notemos ya que este no se manifiesta únicamente a través de los cafés, sino también del éxito sin precedente de nuevas ediciones o de los muchos programas de televisión que se han apropiado este campo provechoso. Jamás libros tratando explícitamente de sujetos filosóficos se habían vendido tan bien. Dos razones parecen dar cuenta mejor de este fenómeno. Primero el desplome de las grandes ideologías, o de los grandes ideales, como cada quien quiera expresarlo. En el plano religioso como en el político, un vacío se ha instalado, privando a muchos de nuestros conciudadanos del sentido que en otras épocas le hubieran dado a su existencia. El pensamiento "único", el realismo y el utilitarismo de la mundialización, no parecen colmar su sed de ideas o su necesidad de metafísica. Todos aquellos que la ausencia real de debate político e intelectual ha abandonado en el camino, rehusan a priori todo nuevo esquema de pensamiento integrado y dogmático. Rechazan todo lo que tenga alguna semblanza a una ideología "prêt-à-porter" o todo lo que identifiquen como tal. Por otra parte, el choque de la crisis económica y en particular, el aumento del desempleo, han tenido consecuencias importantes sobre la noción de identidad. Tradicionalmente, a la pregunta "¿quién eres?", se contestaba principalmente indicando la función de la persona, encarnada en su empleo. Eso determinaba su competencia, su utilidad y su importancia personal, este último punto siendo particularmente importante en un país como el nuestro, a donde la jerarquía juega un papel crucial en la estructura social. Perder su empleo, declararse desempleado, daba vergüenza; confesar esa marginalización equivalía a la decadencia, a decirse inútil, impotente e incompetente. Hoy día, con la tasa de desempleo que conocemos desde hace algunos años, el que no está ya desempleado sabe pertinentemente que potencialmente lo espera rápidamente, sin mencionar el hecho que por lo menos uno de sus seres más cercanos esta ya sin empleo. La simple preocupación económica se transforma en inquietud existencial, miedo de ya no ser, temor de no existir verdaderamente.
Ningún participante de los cafés filosóficos puede ignorar el sentimiento de incertitud y la dimensión de angustia que mueve a las personas presentes, aún cuando se esconden detrás de un discurso un poco pretencioso, de palabras tímidas, de cóleras mal contenidas o de vanalidades repetidas mil y una vez. Ahora bien, es allí que se sitúa la responsabilidad del filósofo: ¿Cómo imitando a Socrates en la Agora, hacer surgir de una simple opinión, la idea potencial que se esconde en el fondo de cada uno de nosotros?. Como descubrir la chispa que encubre nuestra alma individual despejando las cantidades de pseudo - evidencias, de rencores y lecciones mal enseñadas?. Como provocar el abismo dentro del tejido (o, como hacer el vacío dentro del tejido..., o, disolver el tejido... o, como hacer el vacío dentro del tejido) de disfraces que constituyen la persona, para que ella se entrevea en toda su vanidad, y pueda en todo conocimiento examinar verdaderas alternativas tocantes a su ser y a los actos constitutivos de su existencia (a confirmar toda esta frase). Es en esta perspectiva que el "otro" se vuelve terriblemente útil, ese "otro" que nos sirve de espejo si aceptamos de vernos en el, y de verlo dentro de nosotros; ese "otro" que no es una competencia o una amenaza, pero aquel con quien aceptamos realmente de confrontarnos.
Esta claro que todo café filosófico, no es filosófico por definición. Todo depende del trabajo que allí se efectúe. Pero la constatación más triste es de ver aquellos que teóricamente deberían dar respuesta a este llamado apremiante, aquellos que deberían escuchar una demanda que no se asume necesariamente conscientemente, aquellos que deberían ayudar a garantizar la naturaleza filosófica de esos lugares, huir sin vergüenza, incapaces de asumir su responsabilidad. Porque no han sido educados a pensar pero solo a decir ya repetir frases y frases; porque han sido entrenados a no osar nada sin el permiso de las autoridades, intelectuales o administrativas; por que se han convertido en los guardianes del templo; porque a fuerza de leer y de estudiar, han olvidado- no todos dichosamente- que la vida se anida en el corazón mismo de la mente (o espíritu), y que sin la vida la mente (o espíritu) no es más que un diccionario, una concha triste y sin vida.


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